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Autor: Felipe Machado.

Sociólogo y PhD en Economía

Director de Consultoría en Gudcompany

El pasado 13 de septiembre se lanzó públicamente la iniciativa Imperativo 21 que llama a “resetear” el capitalismo incorporando un liderazgo de largo plazo, la medición de los impactos sociales y ambientales, y un gobierno corporativo con una perspectiva de stakeholders. Impulsada por organizaciones que reúnen a más de 72 mil empresas de 80 países y 150 industrias, el lanzamiento incluyó un anuncio en el New York Times y un video proyectado en el edificio de NASDAQ en Times Square. Imperativo 21 aparece en un contexto donde el Foro Económico Mundial ya ha publicado un nuevo Manifiesto y está promoviendo desde junio un llamado al Gran Reseteo del sistema económico y donde el Business Roundtable, una asociación que reúne a 220 CEOs de las principales compañías norteamericanas, ha lanzado una Declaración que llama a redefinir el propósito de las empresas asumiendo un compromiso no sólo con los accionistas sino que con todos los stakeholders, especialmente con sus consumidores, trabajadores, proveedores y con las comunidades donde operan.

El denominador común de estas iniciativas es el diagnóstico de que el sistema capitalista en su versión actual no es sostenible y que la crisis gatillada por el COVID-19 ha terminado de poner en evidencia los límites de un paradigma en que las empresas se deben sólo a sus accionistas y que su responsabilidad se limita a producir utilidades por la venta de bienes y servicios, crear empleos y pagar impuesto. En este sentido, pareciera delinearse un consenso de que la crisis económica que enfrentan todos los países del planeta no podrá ser resuelta con el mismo patrón de comportamiento con el que veníamos funcionando.

De hecho, ya podemos ver cómo consumidores, inversionistas y colaboradores están cambiando sus percepciones y conductas frente a este nuevo escenario. En el caso de los consumidores, un estudio publicado por Accenture el pasado 3 de agosto muestra que la crisis parece haber despertado un mayor interés por indagar el propósito de las empresas, su impacto social y ambiental y la manera en que éstas están gestionando la crisis. En esta línea, más del 70% de los consumidores encuestados en Chile afirma que la pandemia ha cambiado sus preferencias y que pretenden seguir haciendo compras más respetuosas del medio ambiente, sostenibles o éticas.

En el caso de los inversionistas, los fondos de inversión ESG y los índices bursátiles sostenibles, que incluyen solamente a empresas que comprueban sus compromisos con criterios medioambientales, sociales y de gobernanza ética, han demostrado tener una performance buena y en muchos casos superior a los demás durante la pandemia. En este línea, durante el primer semestre de 2020, el 88% de los fondos sostenibles de Blackrock Data superaron la performance de sus fondos tradicionales, 51 de los 57 Índices de sostenibilidad de Morningstar y 15 de los  17 índices de sostenibilidad de MSCI siguieron el mismo patrón, y el Índice S&P 500 ESG superó al Índice S&P normal en 0,6%. Por lo tanto, vemos como el tema de la sostenibilidad deja de ser sólo un asunto de convicciones o de marketing y se instala en el mercado financiero como un criterio que indica capacidad de resiliencia y de generar valor económico a través de mecanismos de inversión que, según Opimas, gestionan actualmente 40 trillones de dólares.

En el caso de los colaboradores, ya podemos observar una correlación positiva entre el nivel de satisfacción laboral y de atracción de talentos de una empresa y su rating en los criterios medioambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG). Un estudio de Marsh&McLennan Advantage muestra que los mejores empleadores tienen un desempeño ESG superior a sus competidores y pares.  Lo anterior es significativo cuando vemos que la evidencia demuestra que colaboradores satisfechos tienen un mejor desempeño, rotan menos y están más comprometidos con la empresa.

Ahora, ¿qué pasa en las empresas cuando nos damos cuenta de que las normas de comportamiento tradicionales se vuelven obsoletas para enfrentar las decisiones que tenemos que tomar en el presente, pero todavía no existe un consenso sobre las nuevas normas que deberían operar? En sociología se habla del estado de “anomia” o de ausencia de normas. En dichas circunstancias la reflexión ética, entendida como la pregunta por el comportamiento “correcto” o “válido”, se vuelve una capacidad individual y organizacional de suma importancia. En el ámbito empresarial, esta capacidad se ha abordado tradicionalmente desde la reflexión sobre la responsabilidad social y más recientemente sobre la sostenibilidad y los criterios ESG.

En Gudcompany, hemos observado en los últimos 6 meses que, en el caso de la dirección y de los gerentes, los cambios provocados por la situación de crisis social, sanitaria y económica implicaron que varios de los criterios habituales para la toma de decisiones se volvieron inoperantes. Frente a un escenario extraordinario e inédito, la alta dirección no pudo echar mano a la experiencia del pasado para decidir y responder a preguntas relacionadas al manejo de la baja de ingresos, al trabajo remoto, a la seguridad de los colaboradores y clientes, al comportamiento del consumidor, a la continuidad operativa de la cadena de valor, el paso al mundo digital, entre varias otras. Se hizo evidente que, en el contexto de crisis, estas preguntas no tienen respuestas técnicas “neutras” y han puesto en juego la deliberación, el discernimiento ético y la necesidad de pensar cómo sobrevivir la crisis en el corto plazo y lograr mantener la empresa en el tiempo.

Hoy en día, la manera de abordar estas preguntas de forma sistemática e integral en una empresa es integrando lineamientos de sostenibilidad a la estrategia de negocios. Es decir, para generar las capacidades organizacionales de resiliencia y de creación de valor de largo plazo las empresas deben, por un lado, definir un propósito trascendente y, por otro, asumir una mirada de futuro, una perspectiva de compromiso con sus principales stakeholders y una de gestión que integre impacto económico, social y ambiental. Enseguida, estas definiciones y compromisos deben permear de manera sistemática el gobierno corporativo, la gestión de personas, la gestión medioambiental, la gestión de la cadena de valor, la relación con los consumidores, la relación con la competencia y la relación con la comunidad. Para guiar este camino existen varios estándares y criterios validados a nivel internacional, como la ISO 26000 que entrega criterios para evaluar el nivel de madurez de la sostenibilidad de las empresas o los indicadores GRI que definen criterios para reportar de manera integrada el desempeño económico, social y ambiental.

Para finalizar, vale la pena señalar que los beneficios de integrar lineamientos de sostenibilidad de manera sistemática en las empresas son varios y hay muchos estudios que los avalan. Dichos beneficios van desde la atracción y retención de talentos, la atracción y fidelización de clientes, las relaciones de beneficio mutuo con los actores de la cadena de valor, los ahorros de costos por eficiencia ambiental, una mejor reputación, y lo que se ha hecho evidente más recientemente, la preferencia de los inversionistas individuales e institucionales. Ahora, es fundamental aclarar que estos beneficios no son exclusivos para grandes empresas. En Gudcompany somos testigos de que todo tipo de organización (start-ups, emprendimientos, Pymes, grandes empresas, multinacionales, instituciones educacionales, ONGs, organismos del Estado y organismos internacionales) pueden beneficiarse de la integración sistemática de los lineamientos de sostenibilidad en su estrategia organizacional atendiendo a las especificidades de su contexto y de sus stakeholders, así como a las características de su sector.


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